La memoria emocional, la base del desarrollo sano.
La importancia de los cuidados compensatorios cuando algo ha ido mal en el embarazo, nacimiento o primeros años de vida.
Hendrik Vaneeckhaute
En los primeros años de vida se forma la base de lo que se llama la memoria emocional. En estos primeros años, nuestro cerebro no tiene capacidad para almacenar recuerdos concretos, pero sí sensaciones en determinados contextos. Un bebé es incapaz de recordar algún hecho en concreto, pero sí en su memoria emocional están grabadas sus vivencias, la forma en la cual se le trata, cómo ha sido la interacción emocional (tónica) con los adultos cuidadores, y en general cómo ha sido la interacción con él o ella.
Es una memoria no consciente, que funciona dentro de la parte de nuestro cerebro que gestiona nuestras emociones y condiciona nuestra primera reacción en una determinada situación o contexto. Está vinculado al sistema límbico y el sistema nervioso vegetativo.
Cuando nacemos, nuestra memoria emocional está formada por todas las sensaciones que tuvimos en el útero. El ritmo de corazón de nuestra madre, su ritmo de caminar y moverse, su ritmo y tono de voz, su estado emocional1, etc. Cuando nacemos, estos son los elementos que nos dan seguridad, porque es el entorno que nuestro organismo conoce. Y serán los elementos que al principio más nos relajarán y tranquilizarán, y por ello, más nos facilitarán el desarrollo saludable.
Para un bebe recién nacido, por lo tanto no es igual estar en los brazos de su madre, que de otra persona aunque le trate con mucho amor y empatía, y por supuesto muy diferente que estar en brazos de una persona que le trata de una forma mecánica, invasiva, brusca o violenta.
A partir del nacimiento se añaden nuevas vivencias que refuerzan, modifican y amplían la memoria emocional.
Durante mucho tiempo se pensaba que los bebés no sentían dolor, y se les trataba de una forma brusca, incluso se decía que hacerles llorar era bueno para abrir los pulmones. Ahora se sabe que en los bebés, el dolor tiene un impacto mayor que en los adultos, porque no disponen todavía de mecanismos físicos (conexiones cerebrales que compensan el dolor), ni de mecanismos psíquicos contra el dolor. También se sabe que separar a los bebés de su madre al nacer es un acto violento para el bebé, aunque en muchos hospitales sigue siendo una práctica habitual.
Cuanto más impactante ha sido una vivencia de un feto o un bebé, más huella deja en su memoria emocional, y más lento y costoso será compensarlo. Tomando en cuenta que las experiencias displacenteras dejan huellas más profundas que las placenteras, la importancia de ser tratado bien, según las referencias y necesidades del feto/bebé, adquiere muchísima importancia.
Cuando la estancia en el útero ha sido complicada (la madre ha sufrido estrés de forma regular o ha habido riesgo de aborto espontáneo), o el nacimiento traumático (por ejemplo por ser prematuro, con vuelta de cordón, expulsión complicada, prolongada o con fórceps, etc.), es muy importante que en los primeros meses (incluso años) el cuidado del bebé se haga de una forma lo más placentera posible: más contacto piel con piel, más tiempo en brazos, masajes relajantes, porteo, dormir juntos, etc.
Son cuidados que cualquier bebé necesita, pero en caso de necesidad de compensar y restaurar malas experiencias, adquieren una importancia mayor. De esta forma, las experiencias traumáticas inscritas en la memoria emocional, que se reflejan en tensiones corporales y bloqueos en el desarrollo sano, poco a poco pueden ser compensadas por vivencias placenteras que relajan el organismo y desbloquean el desarrollo.
Cuando un bebé ha vivido separaciones prematuras y/o prologadas, ha sufrido abandono, institucionalización, un número excesivo de adultos cuidadores, separación prolongada de la figura cuidadora principal y/o otras experiencias traumáticas, la memoria emocional registra estos estados de estrés prolongados que dejan marca en el sistema nervioso autónomo. (Incluso pueden dejar marcas epigenéticas que alteran y/o dificultan el correcto desarrollo del cerebro y del control de la impulsividad.) En este caso, o la criatura se auto-apaga y puede volverse apática, o al contrario, puede sentirse atacada cada vez que se encuentra en situaciones de estrés. Situaciones que percibe como estresantes, incluso cuando no lo son para muchas otras criaturas. El niño o la niña tiene ‘ataques’ de rabia exagerados, momentos de pegar o de morder sin causa, mirada desconectada, aparente ausencia de empatía después de haber hecho daño a otra criatura, etc.
Cuidar de estas criaturas requiere un entendimiento de lo que está pasando, mucha capacidad de empatía y un esfuerzo de todas las personas cuidadoras para ir ayudando a la criatura a salir de este estado de alerta permanente en el cual su organismo se ha instalado. Lo peor que se puede hacer es enfadarse, castigar y aislar a estos niños y niñas, porque se refuerzan los mecanismos de defensa, las tensiones y la sensación de rechazo y abandono en la memoria emocional. Puede que se consiga que deje de mostrar este comportamiento, pero será a costa de un proceso de autorepresión, de la anulación de propio deseo y autoconfianza, de la anulación de uno mismo. La necesidad de la criatura es encontrar mucha seguridad y aceptación para conseguir que su organismo se relaje. Está claro que no podemos permitir que haga daño a otras criaturas. Pero es importante poner los límites desde la empatía y del entendimiento que es una situación que le desborda completamente y que ni busca, ni puede controlar. Entender que no es un niño malo o niña mala, sino que está sufriendo.
Son niños/niñas que necesitan ser vistos, antes de que llamen la atención, necesitan de adultos que buscan recuperar su mirada, que son capaces de dar afectividad de forma activa, que son capaces de establecer un vínculo de apego seguro y que ante todo son capaces de transmitir que les quieren.
En situaciones de regresión, los padres, las madres y/o l@s maestr@s, deben aprovechar para ayudar a encontrar una relajación placentera, incluso si es posible buscando un estado de fusión. Situaciones que se pueden dar a la hora de acostarse, de despertarse o cuando la criatura se haya hecho daño y se permite llorar y abandonarse.
Hendrik Vaneeckhaute
Psicomotricista relacional y especialista en prevención y salud infantil
1El estado emocional de la madre se transmite al bebé, las diferentes hormonas y sustancias químicas que se producen en el cuerpo de la madre a raíz de sus vivencias emocionales, también llegan al feto que lleva dentro, y por lo tanto éste está sujeto a la influencia del estado emocional de su madre. Ver también este vídeo.